Here is a read for a rainy day for you: my first article ever, published in Desnivel of the next month, November 2011, pages
76-80. Yes, I am proud, the world has finally seen my name in print! Thanks to Eva and Jorge for the comments and revisions of my work, and to Desnivel for accepting and editing it. All the errors certainly remain my own. For those of you who do not want to invest into a copy of Desnivel, here goes the text, however you have to buy the magazine to check out the pictures of the team by Paul Diffley from
Hot Arches Production! For more English-language information about the ascent, route description, and grading check my older post
here and Dave's post
here.
" Que nunca falte una montaña en tus sueños ".
Bájame una estrella (Miriam García Pascual)
Dave leading 2nd pitch, 7b+, picture by Paul
Un día en el mundo surgió una montaña, y la llamaron “Hombre Azul”,
o Blåmann, en el idioma de la fría tierra del norte. La montaña, como
suelen ser las montañas, siguió un camino lento de evolución, o más bien de
descomposición…desde hace años, siglos, o milenios. Cada día, su sombra
se volcaba hacia el valle, abajo, precipitándose sobre las rocas, siguiendo por
el prado de hierba, el lago, la pedrera, el pequeño bosque, superando entonces
el fiordo, atravesándolo con ritmo, y al final, cada día, alcanzando las
tierras del otro lado.
Un día, aparecieron pequeños puntitos negros abajo, siguiendo sus
cuestas con los ojos abiertos y sus almas llenas de sueños. Otro día, un
barco flotando en el azul impermeable del fiordo acarició su retrato y continuó
su camino. Así, de siglo en siglo, la montaña permanecía, indiferente y
majestuosa, bautizada como “Hombre Azul” por los pequeños puntitos, sin nombre
para el universo, aunque llena de consciencia de sí misma, de su belleza y de
su infinita tristeza.
Hasta el día que aparecieron los escaladores. Vinieron en
cordadas…dos, tres, cuatro… a pasear por su verticalidad, a intentar superar la
gravedad que sus paredes albergaban, a recorrer cada rincón de la piel del
Hombre Azul. ¿Qué les motivaba? ¿Qué o quién les empujaba hacia
allí? Sólo los cuervos y alguna ardilla merodeaban por estos lugares
fríos y húmedos, la mayoría del tiempo, cubiertos de oscuridad, nieve
agotadora, o densa niebla, y casi siempre sin esperanza de mejora. Los
escaladores persistían en su busca surrealista de retos, de superaciones
utópicas, de logros sin importancia, de fotos borrosas, y de sonrisas cansadas
en las cimas siempre nubladas.
“¿Es hoy el día?”
Pensamos los dos, subiendo sin hablar, sin pronunciar nuestras dudas
existenciales, sin dar lugar a los miedos escondidos, a las traviesas jugadas
de fisuras mojadas, de rocas afiladas, de bidedos húmedos y piedras
sueltas. Seguimos callados, con la respiración controlada, la
aproximación ya conocida: arriba está el bosque, el campo de arándanos, la
pedrera, un poco de nieve, la cuerda fija…
Es una mañana ya fría, las primeras señales del otoño en el aire
no nos dejan relajarnos. Decisiones. Siempre hay que tomar decisiones en
escalada. Siempre con consecuencias, y siempre con resultado incierto debido a
las pocas variables controlables que intentamos gestionar. ¿Empezar la
vía o darse por superado? ¿Seguir hacia arriba o abandonar?
¿Atreverse a hacer el paso, aceptando la posibilidad de la caída, o dejar al
compañero probarlo, bajando con la derrota a tus espaldas? Ya que estamos
aquí, la primera decisión es fácil : empezamos. Ya veremos cómo está la
pared después de las últimas lluvias.
Habíamos perdido una semana de buen tiempo en fijar las cuerdas,
en analizar los movimientos, en acarrear el material arriba y abajo, en
planificar la logística de la filmación en vídeo, de la cámara, de subir con
tres personas… Al cabo de la primera semana decidimos no continuar, era
demasiado peligroso, la vía demasiado difícil y la logística demasiado
compleja. El largo clave, que parecía 8ª, tenía piedras sueltas y rocas
afiladas que podrían cortar la cuerda del segundo en caso de caída. Además tenia una travesía, con mucho
desplome y pocas posibilidades de rapelar si hubiera problemas o mal tiempo en
la segunda parte de la vía.
Así que pasamos unos días haciendo escalada deportiva en la isla
con la cabeza todavía puesta en nuestro sueño imposible. Pero después de las primeras lluvias, con
las condiciones ya bastante inestables, la vía, como una rata pequeña y
dentona, sigue en mi imaginación… Hace ruido por la mañana, no deja dormir por
la noche, mastica trocitos del alma o del estomago. Aún estamos aquí, nos
quedan algunos días antes de marcharnos. “Si no este año... ¿será el
siguiente?” , “Si no ahora, ¿nunca?” Los humanos, esos pequeños
puntitos negros, somos así. Siempre
intentando, siempre con una idea que inspira a la acción, que les saca de la
cama, que les da fuerza para traspasar el infinito, para luchar contra el
aburrimiento, la ansiedad, y la brevedad de la existencia, aunque sea una idea
tan fugaz e inútil como subir una montaña.
¿Hacemos el intento nosotros dos, en estilo alpino, con dos
cuerdas finas, un juego de friends y una pequeña mochila? Se lo propongo a Dave. El pronóstico del tiempo es bueno y
tenemos la suerte de estar aquí, de poder intentarlo. Si no llegamos a la cima
no pasa nada, al menos sabremos algo más, habremos visto el límite, habremos
pasado unos momento más en la verticalidad, con la montaña, con nuestros miedos
y soledades. Haremos las paces provisionales con la rata glotona de
dentro. Al menos lo habremos intentado.
El primer largo se hace eterno. Dave se queja de lo mojada que
está la bavaresa clave, pero llega finalmente a la reunión. Es mi turno de
subir. La mochila pesa. Días
atrás hice los dos primeros largos de segunda, a vista, y me gustaron mucho,
hasta los encontré muy buenos, de los mejores que he hecho nunca en una vía
larga, en una fría cara norte como ésta…. Hoy los primeros pasos me están
costando ya demasiado, siento todo el peso de la mochila, de mis manos y de mis
pies llenos de gravedad, de miedo, de tristeza, cansados de tantos días de escalar, hacer metros y kilómetros de
bavaresas. De caminar, de caminar aún más. ¿Seguimos? Sí,
adelante, ya que estamos aquí, implicados con esta ascensión, a ver qué tal el
tercer largo, el verdadero crux de la vía.
Dave acaba rápido el segundo largo. Este largo también está un
poco mojado, pero aún es posible. Dave empieza el tercero, la clave, con
más dudas. Se queja de que no se
acuerda ni de los pasos saliendo de la reunión. Pero rápidamente se mete
en el juego y empieza a “apretar” (es una palabra divertida, que aprendí en
relación a la escalada cuando vine en España, y que me sigue gustando porque
transmite muy bien las emociones y gestos implicados). El primer diedro
negro, llamado “lagrimas negras” porque está mojado la mayoría del año, se
presenta muy difícil. Es ya 7c,
sostenido con una salida del techo en dinámico, y protegido con viejos pitones.
Después viene un descanso en unos bloques enormes inestables de más de 100
kilos, moviéndose pero empotrados allí, para algunos años más. Con decisión,
Dave empieza el paso clave de la vía, una secuencia a bloque que sube el grado
del largo a 8a. Primero un techo que se pasa por la izquierda, después un bidedo malo para subir mucho los
pies y llegar a un descanso improvisado debajo de otro techo. Y una última salida en bavaresa, subiendo y
bajando los pies, con un friend rojo de Black Diamond clave para lograr superar
el paso. Y ya está!!! Dave está gritando en la reunión. Lo hizo,
¡increíble!, ¡ya no hay vuelta atrás! Dave lo ha dado todo. Aunque me
cuesta mucho subir, al llegar a la reunión improviso una sonrisa enorme e
intento transmitir todo mi entusiasmo a Dave.
Sólo nos queda un largo de 7c con los primeros 10 metros complicados, y
el resto de la vía es ya mucho más fácil.
Seguimos ascendiendo, siempre hacia arriba, buscando el camino,
asustados por un “base jumper” que pasa volando en menos de un segundo por
encima de nuestras cabezas y aterriza
abajo. Al final me atrevo a probar un
largo de primera. Sólo escalo 20 metros de 6c, y hago reunión en una
repisa intermedia, sin arriesgarme a hacer la travesía evidente sin ninguna
protección. El sol acogedor, que baña la cara norte a las ocho de la
tarde en el verano ártico, me dice que no pasa nada, que ya “apretaré” otro
día, haciendo deportiva en la roca caliente de mi nueva tierra natal, Cataluña
la imprescindible, Cataluña la salvaje. Dave acaba rápido mi largo, con
movimientos acerca de 7ª, que ya casi apenas repito de lo cansada que
estoy. Pero ya no queda nada, el último largo pasa rápido, y en la cima
el equipo filma el final triunfante. No tengo fuerzas ni para construir
una sonrisa digna para la foto de la cima. Gasto los restos de mi energía
concentrada en devorar la última barrita para recargar las pilas. Se hace de
noche.
Nos espera la larga y
monótona bajada hacia el coche, la vuelta, y la comida festiva de pasta a media
noche. Cansados, nos tumbamos en las camas. Otra cima. Otra
vía. ¿Hemos llegado? ¿Qué hemos alcanzado?
¿Nada? ¿Todo? Los cuervos siguen dando vueltas arriba, la ardilla se
prepara para otro invierno, la montaña ni se acuerda de nuestro paso, eterna en
su belleza y su infinita tristeza. Nosotros, tan humanos, llenos de
orgullo, imágenes y vídeos, nos vamos a nuestras casas dispersas por el mundo,
entre Escocia, Guernesey, Wales, y España.