Sunday, January 27, 2013

Siurana Times

Can Piqui Pugui

Finally beautiful weather has come to our corner of the universe, and let us climb a little, and play with the camera a lot.  Where better than at the old-time-favorite piece of rock in Siurana?

Finland: Ville starting up on Siouxie, 7c+ 

Several old friends, mostly from Northern parts of Europe, were around to climb, enjoy, and pose for the pictures.  Finland, Sweden, Belgium, France, and Poland were all well-represented, not to count all my own mixed nationalities that could be added to the mix.

Finland: Ville higher up on Siouxie

Finland: Markus starting up El Premio, 7b+

Findland: Markus higher up on El Premio


Sweden: Jonas crossing over on Siouxie, 7c+


 Finland and Sweden in talks

Belgium: beautiful and proud Mich showing how it's done on el Iogurin crack, 7a

 France: Marc Le Menestrel enjoying the flow in the distance

 Poland: Paolina on Toca-me-la-Sam, 6c+

  And more action from team Poland on el Iogurin

Thursday, January 10, 2013

Article in Escalar

After my first article published in Desnivel in 2011, here is a follow-up piece, this time coming out in Escalar, the January-February 2013 issue.  The pictures are by Jaume Clua.  I hope you enjoy the unabridged version below.  


Encadenar y aprender, equipar y seguir



La historia de un  equipador y una escaladora en la Agulla del Senglar, Montserrat, relatada por Julia Snihur, con la participación de Kim Santacatalina.


“If it wasn’t hard, it would be easy.”  Dave MacLeod.

Dedicado a Maluta y su “crow’s nest” allí arriba.

La subida. Primero, un bosque lleno de pinos, altos, potentes, hasta se podría imaginar que  estamos en Yosemite.  Pero no.  Rápidamente aparecen algunos bloques, tierra de color naranja y por último conglomerado.  No, no es Yosemite, ni ningún otro sitio.  Ahora huele a romero.  Ahora a tomillo.  Es la montaña mágica.  Es Montserrat.  Puedes contemplarla con respeto desde fuera.  Puedes tomar fotos de sus agujas, de las paredes impresionantes, de sus colores siempre tan variados.  Puedes imaginar las líneas, los pasos, los movimientos.  Cuando te dejas llevar, cuando ya estás dentro, cuando menos te lo esperas, empiezas a compartir trocitos de su alma.  La montaña no cambia, quien cambia eres tú.  Imaginas los monjes buscando cuevas confortables, los burros subiendo las escaleras estrechas, los soldados de Napoleón perdidos en la niebla espantosa.  Y los primeros escaladores, calzados de zapatos exageradamente grandes, explorando las paredes con buriles y tacos de madera.  Muchos otros, todos andando antes el mismo camino.  Son niños, jugando en la palma de la mano de la montaña mágica, corriendo, escalando, montando en bicicleta, mientras los guardas de refugios suben provisiones y latas de Coca-Cola y los turistas digitalizan el paisaje, buscando robar su alma a la montaña.  Pero no, no se deja... 

.......

Andrada lo llama “Maestro”, sus amigos “El personatge”, para sus compañeros de cordada es simplemente Kim.  Se dedicó a escalar.  Totalmente.  Escogió su propio caminito estrecho, lleno de trabajo duro y con poca recompensa.  Pero también lleno de verdades, simples pero persistentes, de las que te miran directo a los ojos, que no admiten mentiras ni compromisos.  Retos pequeños, pasiones grandes.  La montaña ejercía sobre él una fascinación total y absoluta.  La montaña mágica ya había atraído muchos otros amantes y atraerá otros más.  Dejó el mundo exterior fuera y se convirtió en servidor de la montaña.  Uno de sus servidores más fieles e ilusionados.  Pero siempre tuvo visión: la certeza de la mirada de un escalador.  “Aquí, aquí hay línea.”  “Por aquí se podrá subir.”

........

Nunca pensé que algún día podría probar una vía tan difícil, exigente y compleja. Empecé seriamente a darle vueltas a Sprint Final como un proyecto viable hace aproximadamente dos años, tras chapar la cadena de la Ben Petat, su digna hermana que me había tenido obsesionada durante todo el invierno anterior. Probando sus dos vecinas, Somni Diabólic y Sprint, allí mismo decidí que intentaría la Sprint.  La vía lo tenía todo: bloque, resistencia, secuencias complejas, un techo y una salida dura como la cereza del pastel y la razón de su nombre. Dejé que el proyecto fuese madurando en la parte trasera de mi mente mientras iba en busca de otras aventuras, esperando que pasase el abrasador e impracticable verano, esperando la bajada de las temperaturas, la llegada de la temporada del frío.  El momento adecuado para subir otra vez al Senglar.

Y así fue, en noviembre estaba de vuelta.  Mi tercer año en la pequeña pared del Senglar, 10 metros horizontales y 30 verticales de roca, una docena de vías.  Mi segunda casa.  La confianza en mí misma, aunque tocada por los fracasos en otros ámbitos de vida estaba de vuelta,  reavivada por los éxitos más recientes en la roca. Llena de optimismo, convertí la vía en mi nuevo proyecto. 

.........

Y así ha ido Kim durante años, equipando sectores por Cataluña, alguna vía aquí, otra allá.  ¿Cuantas? Algunas.  Cientos de vías. ¿Trescientas? ¿Cuatrocientas?  Y ninguna  de menos de séptimo grado.  Ya hay muchas de poco grado.  Es más difícil tener la visión para equipar una vía dura, es como pintar una obra de arte.  Llegó hasta Rodellar, lejos de su casa y allí también dejó su impronta, una vía llamada Montserrat, cómo no, en las mismas Ventanas. 

Sin buscar gloria ni reconocimiento lleva escalando ya unos 30 años y sigue abriendo nuevos sectores, nuevas vías.  A día de hoy las chorreras le motivan mucho, sus ojos  brillan de una manera más intensa cuando habla de tufas.  Gracias a la visión que ha tenido durante estos años, escalamos en los sectores de Cataluña, ahora ya clásicos, tales como Bruixes, la Norte de la Regina y Tres Ponts.  Y también Senglar.

......

Golpeé contra el duro asfalto en una calle de Andorra la Vella, que se preparaba para celebrar la Navidad.  El único pensamiento que tuve en la cama del hospital era: "No podre hacer la Sprint". Vivir y aprender. Cómo gestionar el entreno, el azúcar y las subidas rápidas desde el nivel del mar hacia la altura de Andorra.  Un mes más tarde estaba acampada otra vez allí, tan cerca, tan lejos.  Senglar, Sprint Final.  Entonces cuando empezaba de nuevo a acariciar mi sueño, un australiano cayó por los aires, justo encima de mí.  Era un día perfecto hasta ese momento, pero así es la vida.  Mi hombro paró el peso del australiano mientras él aún estaba acabando el gesto de chapar la tercera cinta.  Un accidente estúpido, ni más,  ni menos. Así me quedé, recuperándome y pensando para mí con toda la rabia del mundo "¡No podré hacer la Sprint!"

Antes de subir, se tiene que caer.  Abajo, abajo del todo.  Por supuesto todo el mundo conoce el mantra, se tienen que superar los problemas, se tiene que seguir, se tiene que aprender.  Después de otro mes más de fisioterapia y de kilómetros de vías más fáciles, allí estaba de nuevo.  Me sentía feliz, soñaba con llegar al último descanso para recuperarme y plantarme delante del último paso, respirando, gestionando el estrés y contemplando el encantador paisaje de la Agulla.  Las presas de descanso en un proyecto crean un momento mágico, el tiempo desaparece, uno solo respira y se siente vivo contemplando el mundo, totalmente consciente, viviendo el presente, sin anticipar ni imaginar el futuro, fundiéndose en uno con la vida. Sin apariencias que cuidar, sin miradas o críticas ajenas, sólo la roca, los movimientos ya repetidos muchas veces, escuchando a todas las células y concentrándote  para mover hacia arriba este cuerpo de gran mamut surrealista. Increíble, pero posible.  Aunque el cuerpo grita y se irrita, duele y se rebela, la mente domina.  “Vamos hacia arriba.”

.............
Vino con un taladro, de los viejos, de los que pesan mucho y duran poco.  Una batería para un máximo de 3 parábolts.  Aún  no era el maestro.  Era simplemente Kim.  Había escalado en el Vermell, por los primeros sextos equipados allí a la derecha, antes de la Ultravox o Sessió Digital, antes de que hubiera ningún séptimo por los alrededores.  Aquí, al lado de la Proa, aún  no había nada.  Terreno casi virgen, desde milenios.  Agujeros sin magnesio.  Solo los jabalíes, las cabras y los pájaros.  Toda una obra esperando a su creador.  Desdentegada era un sueño remoto, Cova de la Arcada no tenía ningún buril ni clavos, qué decir de parabolts.  En el Senglar había una única vía llamada SAME, en el centro de la pared naranja, se escalaba en artificial subiendo por una fisura evidente, hasta la cima de la Agulla del Senglar.

No había nada más, nadie más.  Silencio por parte de los hombres, muchos ruidos de otros habitantes de Montserrat.  Así fue como Kim subió a la cima por detrás, por los caminos de cabras, estrechos pero seguros.  Aún no tenía una confianza en su opinión, aún no tenía un sistema claro sobre cómo equipar que sí desarrollaría durante los años venideros. Era novato. Pero tenía una visión. Quería equipar. Había visto lo que era posible al otro lado de la montaña, en el mundo encantado de Sant Benet.  Allí se estaban abriendo las vías las más difíciles de su tiempo en España.  Se estaban encadenando algunas en solo.  Pero esto era otro mundo, otra cara más oscura y  neblinosa, aunque perteneciendo a la misma montaña.  Aquí en la cara sur todo estaba aún por descubrir, por crear, por equipar.  La roca aquí es más generosa, los colores son más frescos, hay más metros de vías continuas, sin interrupciones ni bloqueos inhumanos.  Muchos pies, una escalada más fina, apropiada para las chicas.  Pero por aquel entonces aún no había tantas chicas para poder imaginarlas escalando estas paredes.  Solo los pájaros y alguna rara salamandra se fijaban en esta roca.  Y él, Kim.
....

Tuve buenas sensaciones en la vía, pero después de cuatro intentos mi piel me abandonó. Grité, lloré. Pero no había mucho más que hacer. Los movimientos me consumían cada vez más fuerza, la gravedad me expulsaba fuera. Aunque esas fueron las dos semanas más frías de todo el invierno, no me quedaba más piel.  Volví a perder mi momento y regresé a entrenar, a soñar, a pensar, a imaginar.  Mi vida se paró allí, en el Senglar, con esta ruta que tenía que hacer sin razón aparente, por la pura necesidad de conseguirlo, para demostrarme a mí misma y al mundo lo que ya sabía en lo más profundo: acabaría por conseguirlo. 

Finalmente tras meses de caídas, de empezar de nuevo, de caer desde un poco más arriba, empecé a acercarme al final. Cambié la presa para chapar la cinta del paso principal realizando un movimiento más y cambiando los pasos para llegar al reposo, lo que me permitió alcanzar el techo.  Y de nuevo empezó todo otra vez: ¿Cómo llegar hasta el techo descansada y cómo salir de allí? Cambié de nuevo la secuencia del techo, bloqueándome  de un invertido inexistente en un movimiento increíble de levitación. No era suficiente. Allí estaba, volando una y otra vez, queriendo desarrollar alas, el último recurso para los desesperados. 
 ..............

Kim se fijó en una línea en el centro de la pared.  Sabía que allí se podría escalar.  Colocó una reunión, puso algunas bagas alrededor de los árboles y rapeló.  Sí, no se equivocó.  Había agujeros.  Había pies.  Con una coreografía fina y una salida complicada, la vía estaba allí como una estatua, escondida en la piedra.  Su escultor la estaba mirando desde muy cerca, sabiendo que la podría liberar, darle forma y una existencia propia.  Le costó 3 días colocar los 12 primeros parabolts.  Venía  solo, rapelaba, trabajaba y descendía.  Progresaba, aunque lentamente.  No había mucho que limpiar, ya en este momento escogía las vías más evidentes, listas, sin nada más que añadir que los parabolts. Al cabo de poco también equipó una vía vecina, CorreCamins, la cual volvió a probar con su hermano y la encadenaron enseguida.  La primera línea equipada -Tranquem el Bloqueig, - era más difícil: el bloque de la salida no se dejaba resolver.  Fue la primera y más difícil vía de la pared del Senglar, a día de hoy cotada de 8b.  Les costó seis meses encadenarlas todas. 

Mientras, Kim equipó el resto – Viatge Imaginari con dos versiones al final (8ª y 7c+), la Discordia (7b) a la izquierda.  Equipó otras tres vías a la derecha de Tranquem, Ben Petat (8ª), Somni Diabolic (8ª) y Sprint Final (8ª+).  Había más líneas pero ya no eran tan impresionantes, no le llamaban tanto la atención.  Una línea tiene que gustar.  Equipar es como vivir, lo puedes equipar todo pero mejor vivir escogiendo, dedicándote a algunas actividades, algunas vías, pero no a todas las posibles.  Encontrar una manera de vivir sostenible.  No le interesa equipar por equipar.  Todo tiene que tener un sentido, una emoción, sino no vale la pena.  Vendrán otros con ganas y fuerza para coser una pared de parabolts.  Kim quería equipar las líneas que a él le gustaban más y hacerlo bien.  Lo consiguió.

.............

Y entonces ocurrió: un viernes de abril escalé los mejores 20 metros de mi carrera como escaladora. Estaba flotando. Todo funcionó.  Ligera, llegué al techo con una  facilidad sorprendente, sin rozar el mundo lleno de gravedad.  Solo sentía paz, calma. Llegué al descanso totalmente relajada, absolutamente fresca, con un ritmo cardíaco normal, respiración controlada, sin síntoma alguno de fatiga. ¡Increíble! Pasé meses luchando contra los pasos de bloque, contra mi cuerpo, contra mi piel, contra la gravedad.  Cambié los movimientos, trabajé la fuerza máxima, trabajé mi cabeza, me caí por primera vez en mi vida de escaladora gallina con la cuerda en la mano chapando, volé, me atreví.

Pasé el techo como si la gravedad no existiese, como si mi cuerpo no fuese mío, sólo el control, la respiración, la precisión y una mente libre, una mente... ¿ausente, tal vez? En el último descanso, algo sucedió. Me di cuenta de que no me importaba poner el puntito rojo, no me importaba el aire, la montaña, los que estaban conmigo, el viento, todo lo que me empujaba hacia arriba. Allí estaba yo de nuevo, los pensamientos comenzaron a fluir en la dirección equivocada, mi voluntad se hizo menos fuerte, las ganas de vivir y  de luchar por ello me abandonaron de golpe. El desapego no funcionó, o funcionó demasiado.  Descansé demasiado, o demasiado poco... y ahí estaba yo, volando por el aire una vez más, atraída hacia la tierra con una fuerza sin remedio.  No había terminado, la ruta ganó una vez más. Una vez más, ilusiones traicionadas, no era lo suficientemente fuerte.  Tuve el último paso delante de mi nariz y no pude hacerlo, fracasé.

A pesar de que fue mi mejor día de escalada, no la encadené.  Tuve que volver alguna vez más.  Luego en un día soleado las estrellas al fin se alinearon. Yo ya tenía la última gota de rabia, la que faltaba. Otra vez tuve el último paso a mi alcance.  Durante un mili-segundo dudé. Y de repente era mío. Llegué a la cadena, chapé y no sentí nada. Lo de siempre. Los tiempos de proyectos.


******************
Gracias a todos los que me inspiran, los que vienen una y otra vez, los que escuchan las quejas interminables, los que aseguran con lluvia o frío, los que sonríen y lloran a mi lado. Espero poder devolver alguno de los favores que – ¡y con tanta alegría! - me habéis hecho.  Esos son los pequeños regalos preciosos de la vida, esa criatura amorfa y extraña, que a veces es al mismo tiempo tan cruel y tan hermosa. Ha sido un placer. Y sobre todo gracias a Kim Santacatalina, por equipar esta joya de la pared Montserratina, la Agulla del Senglar.